Ángel Vázquez me regaló su libro
La vida perra de Juanita Narboni hace más de veinte años. Lo leí de una sentada en el Talgo que desde Madrid me llevaba de vuelta a París, donde yo estudiaba. Me conmovieron la exactitud y la sutileza con las que retrató a Tánger, la ciudad de las mil caras, y a su gente que, hasta ahora, siguen viviendo en un sueño despierto.
En el libro se habla de mito, de magia, incluso de locura...
Desde entonces, esa novela me obsesiona. Con Gerardo Bellod y su mujer, Guigui, a lo largo de muchos veranos, siempre hemos hablado de Juanita como si se tratara de un miembro más de la familia, riéndonos de sus extravagancias, compadeciéndonos de su patetismo que, como el de esta ciudad, no deja de atormentarnos. Como dice el refrán popular tangerino: “Tánger llora a los que no la conocen y los que la conocen la lloran”.
La ciudad puede ser pretenciosa, estar a dos dedos de hacer el ridículo, como aquella rana de la fábula que se quería más gorda que el buey. La comedia humana se despliega a cara descubierta, la quintaesencia de lo efímero se puede palpar en lo que dura una risa divertida, en la complicidad de un demiurgo burlón.
El viento de levante erosiona las apariencias e, incansablemente, vuelve a dejar los mecanismos al desnudo, arrojándoles a los seres su destino a la cara.
¿Cómo traducir todo esto en imágenes...?
Como me interesan los desafíos, pensé que ¡por qué no ése!
Por qué no una película adaptada de la novela de Ángel Vázquez, ese “pobre Ángel” que dejó Tánger sin gloria, para poder describirla mejor y acceder así a la gloria póstuma. En el verano del 2001, con motivo de un almuerzo organizado por Malika M´barek en Tánger, me agradó enterarme por otra tangerina, Nadia Benabid, que ésta estaba traduciendo la novela al inglés para unos editores americanos, y Juan Goytisolo, presente también, dijo que Ángel Vázquez no había tenido el reconocimiento que se merecía por esa obra única en la literatura española.
Tuve la sensación de verme confortada en mi elección ya que hacía dos años le encargué a Gerardo Bellod que adaptara la novela a guión.
No era tarea fácil pero confiaba en sus conocimientos literarios y cinematográficos así como en su pasión por Tánger y por Juanita.
La primera dificultad, con la que el guionista se encontró, estribaba en el monólogo de la protagonista, absolutamente excepcional en el texto, pero perfectamente inadecuado para la imagen, ya que cada lenguaje tiene su propia sintaxis. Gerardo Bellod, sin eliminar del todo el monólogo, principalmente se sirvió de él para realizar las variaciones en el ritmo de la narración.
A través de Juanita, Tánger funciona como un espejo, y viceversa. A su juventud corresponde una ciudad de fiestas y bailes, con todo el oropel de su edad de oro. A su vejez, una ciudad abandonada, olvidada, que se alimenta sólo del recuerdo.
Los personajes secundarios dan buena cuenta de las distintas comunidades que habitaban esta ciudad en la encrucijada de mares y continentes. Un modelo de convivencia entre razas, religiones y culturas.
Farida Benlyazid